George A. Neale

George A. Neale

Una Vida Dedicada a la Ciencia y el Servicio

Hermanos y hermanas, congregados hoy bajo el cielo infinito de la memoria, permítanme narrarles la historia de un hombre que cruzó océanos no solo con sus pies, sino con su corazón. George A. Neale, nacido el 5 de agosto de 1922 en las vastas llanuras de Melville, Montana, donde el viento susurra secretos ancestrales entre los trigales.
Era hijo de John R. Neale —ingeniero de alma y doctor honoris causa de espíritu— y de Lael Porter, mujer de raíces profundas como las que él mismo plantaría después en tierra extraña que se volvió propia.
La guerra lo llamó cuando apenas había cumplido veinte primaveras. Ahí estaba él, Primer Teniente, instructor de pilotos, enseñando a otros jóvenes a volar hacia un horizonte incierto. Pero las alas que él forjó no fueron solo para máquinas de acero; fueron alas para el conocimiento, para la esperanza, para el progreso que después sembraría en tierras lejanas.
En 1954, cuando los ecos de la guerra aún resonaban en su memoria, George arribó a nuestro Ecuador como Subdirector del Punto IV. No vino como conquistador, sino como sembrador. El Instituto de Asuntos Interamericanos había elegido bien: enviaron no solo a un técnico, sino a un visionario que entendía que la cooperación verdadera nace del respeto mutuo.
"Desde las cinco provincias costeras, su labor se extendió como ríos que alimentan la tierra seca. Trabajó con los Ministerios de Agricultura y Economía, pero más que eso: trabajó con el alma de nuestros campesinos."
La ciencia corrió por sus venas como savia vital. Especialista en genética animal, graduado en Ciencias Agrícolas por la Universidad de Colorado, George no era solo un estudioso de libros polvorientos. Era un intérprete del lenguaje silencioso de la naturaleza, un traductor de los códigos genéticos que determinarían el futuro de nuestros hatos ganaderos.
Y fue entonces cuando trajo consigo a los majestuosos Brahman, esos gigantes gentiles de procedencia oriental, porque su ojo científico reconoció en ellos la respuesta perfecta a nuestro clima tropical inclemente.
Cuando dejó el servicio cooperativo, George no se retiró del campo de batalla del progreso. Se convirtió en socio y director de una de las ganaderías Brahman más importantes de la costa durante una década completa. Después, como gerente del Ingenio San Carlos —el coloso azucarero de su época—, tuvo bajo su cuidado 6,500 cabezas de ganado Brahman, además de extensas haciendas productoras de maíz y arroz.
La Asociación de Ganaderos del Litoral lo acogió no como forastero, sino como hermano. Durante décadas fue el alma organizadora de las Ferias Industrial Agropecuaria de Guayaquil y Santo Domingo de los Colorados. La pista de juzgamiento de la Feria de Guayaquil lleva su nombre, como un monumento vivo a su dedicación.
"En 1976 recibió el premio al mejor ganadero, pero él ya había ganado algo más valioso: el reconocimiento eterno de una tierra que no lo vio nacer, pero que lo adoptó como hijo predilecto."
El Banco Mundial confiaba en su criterio para otorgar préstamos a ganaderos del Litoral. Su aprobación era requisito indispensable, porque George había demostrado que la ciencia sin conciencia es ruina del alma, y que el progreso sin ética es castillo de arena.
Pero quizás su mayor legado no está escrito en los registros ganaderos, sino en las mentes y corazones de las generaciones que formó como profesor de Zootecnia y Mercadotecnia en la Universidad Católica de Guayaquil durante más de veinte años. Allí, con sus propias manos, escribió los libros y folletos que sus estudiantes necesitaban, porque entendía que educar es sembrar en terreno sagrado.
El laboratorio de la Facultad lleva su nombre, y la Universidad creó una beca para estudiantes sobresalientes que perpetúa su memoria. Porque George sabía que la inmortalidad verdadera se alcanza cuando uno vive en las obras de quienes vinieron después.
Desde 1946 hasta su muerte fue miembro honorario de Alfa Zeta National Agricultural Honorary Society, y su nombre figura en el "Who is Who in Commerce and Industry". Pero estos honores palidecen ante el reconocimiento más puro: el cariño sincero de un pueblo que lo adoptó.
George A. Neale fue un norteamericano enamorado del Ecuador. Desde los despachos ministeriales hasta los humildes ranchos campesinos, supo interpretar necesidades, sentimientos y anhelos. Entendió que la cooperación verdadera no es dar desde la superioridad, sino caminar junto al otro hacia horizontes compartidos.
"Hoy, cuando el tiempo ha pasado como río que no regresa, George es recordado no solo por su contribución técnica al sector ganadero, sino por su calidad humana, por esa entrega desprendida hacia todo aquel que necesitara su experiencia o consejo."
Porque George Neale entendió la lección más profunda: que la ciencia sin amor es estéril, que el conocimiento sin generosidad es vanidad, y que una vida bien vivida se mide no por lo que se acumula, sino por lo que se comparte.
Así vivió George: como un puente tendido entre mundos, como un sembrador de esperanzas, como un maestro que enseñó que la patria verdadera no es donde nacemos, sino donde elegimos servir con el corazón abierto y las manos extendidas hacia el hermano que camina a nuestro lado.