El paso imposible

Una historia de superación

"Empieza haciendo lo necesario, después lo posible, y de repente te encontrarás haciendo lo imposible." — San Francisco de Asís

Atardecía en Madrid cuando Lucía cerró la puerta de su despacho por última vez. Veintidós años en la misma empresa, y todo lo que le quedaba cabía en una caja de cartón. A sus 49 años, el despido no era solo la pérdida de un trabajo, sino el derrumbe de una identidad construida durante décadas.

En el metro, mientras observaba los rostros cansados que la rodeaban, recordó las palabras que su abuela solía repetirle: "Empieza haciendo lo necesario, después lo posible, y de repente te encontrarás haciendo lo imposible."

¿Lo necesario? Pagar el alquiler. La hipoteca de su hija. Las medicinas de su madre. El mundo no se detendría por su crisis personal.

Aquella noche, sentada frente a su ordenador portátil, creó un perfil profesional actualizado. Sus dedos temblaban mientras tecleaba cada logro, cada habilidad. Lo necesario. Envió currículums hasta que el amanecer se coló por la ventana.

Las semanas pasaron sin respuestas. Sus ahorros menguaban. Lo necesario se volvía cada vez más urgente.

"¿Has pensado en hacer algo diferente?", le preguntó Elena, su amiga de toda la vida, mientras compartían un café que Lucía ya no podía permitirse.

Ese mismo día, al pasar por un centro cultural del barrio, vio un cartel: "Taller de cocina tradicional". Recordó las recetas de su abuela, aquellos sabores que guardaba en la memoria como un tesoro. Lo posible comenzaba a tomar forma.

Invirtió sus últimos ahorros en ingredientes y empaques. Preparó croquetas siguiendo la receta familiar y las ofreció a tres restaurantes locales. Solo uno respondió. Suficiente para empezar.

Las noches eran largas en su pequeña cocina. Sus manos, acostumbradas a teclados y documentos, ahora amasaban, cortaban, creaban. A veces lloraba mientras cocinaba, mezclando lágrimas con especias, miedo con esperanza.

Seis meses después, "Sabores de Lucía" abastecía a doce restaurantes. No era rico, pero era suyo. Lo posible se expandía.

La llamada llegó un martes. Un inversor había probado sus croquetas y quería hablar de una línea de productos gourmet para supermercados premium. La cifra que mencionó hizo que Lucía tuviera que sentarse.

"¿Cómo llegaste hasta aquí?", le preguntó su hija la noche que firmaron el contrato, contemplando la ciudad desde la terraza de un restaurante que antes no podían permitirse.

Lucía sonrió, pensando en su abuela, en aquellas manos arrugadas que le enseñaron a hacer croquetas, en aquella voz que le hablaba de comenzar por lo necesario.

"Un día entendí que lo imposible no existe", respondió. "Solo son pasos que aún no hemos dado".

Hoy, mientras visita la fábrica donde producen sus recetas, Lucía piensa en todas las personas que, como ella aquella tarde en el metro, sienten que han perdido el rumbo. Quisiera decirles que el camino hacia lo imposible no se recorre de un salto, sino un paso cada vez: primero lo necesario, luego lo posible.

Y quizás un día, mirando hacia atrás, descubras que lo imposible estaba esperándote justo al otro lado de tu miedo.